Mi yaya hubiera sido población de riesgo.
Hoy me falta y por suerte cuento con la otra iaia (con i), la misma que un día llamó a mi madre preguntando por qué las tiendas no abrían y la gente llevaba mascarillas por la calle.
El caso es que la yaya (con y) no vio el coronavirus desde su balcón pero se ahorró el procès, el Ice Bucket Challenge o la fiebre por la Rosalía. Sin embargo, la yaya, todo esto que vivimos hoy ya se lo imaginaba. Muy a su manera. Dicen que a los mayores hay que protegerlos por posibles problemas de inmunidad y por todo lo que nos aportan como tesoro inmaterial, pero es que la yaya era de otra liga. A veces me costaba saber si tenia un pensamiento muy del pasado o muy del futuro pero en todo caso tenía ese don para mirar el mundo de una manera distinta.
Un día, quizá entre un principio de demencia y un final de la genialidad, le soltó una predicción al nieto que luego se especializaría en innovación, tendencias y otras cosas modernas. Una predicción que tenía más de chiste y profecía que de afirmación con sentido.
La profecía de la yaya
Estos días no dejo de pensar en cómo aquella tarde, en la residencia, la esteticien iba de butaca en butaca haciendo manicuras, a menudo agachándose para hablar a oídos sordos o llegar a manos poco colaborativas. Con cada inclinación, sus pantalones revelaban un más que evidente tanga, que no escapó ni a los cristalinos ya cansados de la yaya. Mientras, en la tele, un reportaje sobre los talibanes y los burkas.
Y si la creatividad es combinar dos estímulos diferentes en uno nuevo, de repente, la yaya sentenció, contrariada:
Llegará un día que llevaremos la cara tapada y el culo al aire.
Totalmente real. Dijo eso. Y lo dijo así. Y no sé por qué lo dijo pero luego quiso hablar de otras cosas. Obviamente para ella, dilucidar si yo tenía novia era mucho más importante que aquella predicción absolutamente random.
De los burkas a las mascarillas
Hubo una temporada en la que en multitud de instancias públicas empezaron a prohibir el burka y el niqab en espacios públicos e incluso lo intentaron con el hiyab. El argumentario principal era la seguridad: nos identificamos a través del rostro y el de cualquier persona debería ser visible. Sin entrar en la dimensión religiosa y política del tema, el argumento es cierto: vernos el rostro es una parte clave de nuestras relaciones, aunque puede que haya muchos matices entre culturas. En la oleada de ordenanzas municipales que en el estado empezó por mi ciudad, Lleida, apenas se hablaba de otras formas de cubrir el rostro, por ejemplo las mascarillas que tan comunes eran y son en países asiáticos.
Aunque muchas democracias europeas han prohibido burkas y niqabs, los hiyabs están permitidos. El capitalismo tiene una forma muy sutil de ser derrotado en sus planteamientos: si no puede con sus enemigos se une a ellos. Así que las marcas de lujo se lanzaron a diseñar, fabricar y vender pañuelos en colecciones completas orientadas a mujeres musulmanas.
Creo que todos nos dimos cuenta de esta tendencia. Pero yo lo hice con la profecía de la yaya en mente. ¿Y si fuera cierto? Siempre pensé que había un patrón, un desplazamiento hacia arriba de tops i camisetas, mostrando más ombligo y con cuellos cada vez más hacia la barbilla o con bufandas cada vez más grandes. Realmente me hubiera divertido que la profecía de la yaya hubiera sido cierta y buscaba con ahínco las señales de que lo fuera. Al fin y al cabo, ella que era un poco bruja y sabía si las embarazadas llevaban niños o niñas, ¿por qué no hubiera podido ver que algún día íbamos a llevar la cara tapada? El fallo es que no previó que lo haríamos por un virus que pondría en jaque nuestro sistema sanitario, nuestra estilo de vida y nuestra economía.
El auge de las mascarillas
Pocas tendencias se desarrollan de manera tan rápida pero a la vez tan clara y obvia como la que ha situado las mascarillas en el mainstream de la cultura occidental. Con la COVID-19 han cambiado muchas cosas que dábamos por hechas. Sin ir más lejos, ya no hace falta vernos la cara y hoy la otra iaia (con i) ve mascarillas por la calle.
Y todo eso a pesar de que las mascarillas no se recomiendan para la prevención de contagios de la población en general (genial vídeo por cierto que además habla del uso cultural de mascarillas en Asia oriental). Pero ahora el gobierno no solo cambia de opinión respecto a las directrices de la OMS: en España da instrucciones oficiales y concretas para su fabricación casera (admitiendo tácitamente el error mayúsculo de permitir la desindustrialización el país) y en Lombardía, directamente, se multará a quién no la lleve. Se da por hecho que funcionan aunque sean combinadas con medidas mucho más eficaces como lavarse las manos o el distanciamiento social. Nótese la cursiva en funcionan.
La tendencia a incentivar las mascarillas no es solo un golpe de timón político (que daría de sí para otro artículo). La profecía de la yaya se está cumpliendo en varios frentes. En el campo del DIY hay tutoriales y recursos con espíritu hacker e incluso algunos humoristas se animan a preparar los suyos. Básicamente tiene que haber más de una mascarilla por persona (porque hay que irla cambiando) y quedan muchas por hacer pero eso también es la posibilidad de que cada uno se las haga a su manera como reflejo de su personalidad.
Paralelismos entre mascarillas y hiyabs
Si los burkas, los niqabs o los hiyabs que dificultaban identificarnos se convirtieron en productos de lujo que permitían combinarse o expresar la personalidad, ahora también empiezan a aparecer mascarillas premium o conscious, que no dependen de materias primas sanitarias, que nos hacemos a conjunto (como la primera ministra de Eslovaquia, en la imagen superior) o, sí, mascarillas de lujo cuyos precios llegan a ser privativos.
Es curioso porque la industria del lujo puede no parecerse en nada a lo que era antes de la COVID-19 pero ante una crisis sin precedentes que impacta duramente en el sector, ver mascarillas Hermés o Louis Vuitton no solo es algo que pueda sonar a frivolidad, es que es un movimiento que muchas marcas ya hicieron sin despeinarse con los hiyab para plantarse en mercados relevantes como el saudí o el qatarí. Sobrevivir quizá es un objetivo mucho más estratégico.
Total, Nike ya arrima el hombro y fabrica pantallas protectoras y New Balance, mascarillas y no es difícil encontrar comentarios de fans que se las pondrían a pesar de que la práctica totalidad del material médico que producen marcas como Gap está destinado a personal sanitario. ¿Por qué no podríamos, entonces, ver unos diseños comercializables más allá de la emergencia? Al fin y al cabo, si las mascarillas son ya símbolo de status, ver cómo los players de la moda y el deporte consolidan sus propuestas es solo cuestión de tiempo.
Nuestra cara ha cambiado
La demanda de contenido y su creación desde distintas ópticas indican que el público se lo está haciendo suyo. Muchos medios están dando cobertura a esa necesidad de información, incluso con trucos prácticos para los miopes o a los que se nos empañan las gafas, y todo ello lleva a pensar que este complemento estará no solo en nuestra cara sino también en nuestra cabeza, ocupando pensamientos y conversaciones.
Es imposible saber ahora si nuestro aspecto ha cambiado para siempre y si las calles de Europa serán como las de Corea del Sur o Japón, con un nutrido segmento enmascarado; pero lo cierto es que las mascarillas serán parte de nuestros outfits durante mucho tiempo. De hecho, la futuróloga Rose Eveleth detalla la misma tendencia que yo en este artículo y no menciona una sola vez la COVID-19 pues hay muchísimas razones para llevar mascarillas: desde contaminación a incendios forestales pasando por el polvo de la desertización creciente.
Ya sea con su consolidación exprés debido a la COVID-19 o por protección ante problemas derivados del cambio climático y la polución, el mercado de mascarillas empieza a mostrar rasgos de una madurez casi repentina: trucos ergonómicos para que las gomas no dañen las orejas (¡pensado por un scout!) e incluso conceptos de adaptación para personas con diversidad funcinoal o nichos extremadamente concretos. En primer lugar hay este concepto de Ashley Lawrence para que la mascarilla permita que las personas con deficiencia auditiva nos lean los labios. Luego está otra idea distópica de llevar siempre mascarilla pero seguir desbloqueando el teléfono con mediante Face ID. Difícil saber si van en serio o si es un producto fake pero es muy curioso como el tabú occidental a taparse la cara se resuelve imprimiéndonos una copia de ella y vistiéndola.
Esta oleada de innovación confirma que las mascarillas se integran con muchas facetas de nuestras vidas. Muchos sectores (moda, periodismo, tecnología) parecen confirmar que las mascarillas han llegado para quedarse por lo menos por un tiempo. Y yo, como pienso en los mayores que están y en los que no están, pienso en la yaya y su profecía. Sí, estamos preguntándonos lo mismo: ¿si llevamos la cara tapada, cuándo llegará el momento de llevar el culo al aire?
Las consecuencias de la COVID-19 nos cambiarán la cara
Porque como dice Yuval Noah Harari en su artículo analizando el impacto de las medidas contra la COVID-19 en nuestra civilización, puede que muchas de ellas se tomen ahora pero se queden con nosotros durante mucho tiempo y esas restricciones pueden ser social o económicamente muy duras. Quizá, para que no tener que llevar el culo al aire tras taparnos la cara, tengamos que apretarnos el cinturón y repensar muchísimas cosas que dábamos por hechas como sociedad. Quizá una nueva oleada de austeridad como la de la crisis de 2008, quizá lo contrario, quizá un daño irreparable en ciertas cadenas de suministro, quizá un control ciudadano sin precedentes como el que ya sucede en Israel o el que está ayudando a Corea del Sur y a China a superar estos brotes.
En fin. Con mascarilla o sin, cuidad de vuestros mayores para vencer la incertidumbre. En lo que ellos han vivido están muchos de los secretos de lo que queda por vivir a nosotros. Ya lo veis: a mí la yaya me avisó de lo que venía.