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Finn Kydland, premio Nobel de Economia, usa una metáfora con bares y croquetas que viene a plantear si tras semanas de ERTE un cocinero tendrá la misma mano que tenía antes o si unos camareros serán capaces de tener la misma coordinación. La pregunta se puede tomar de forma literal: ¿será nuestro bar favorito el mismo tras la COVID-19 (escalofríos)? O podemos leerla en la dirección que nos da Kydland: ¿lo seremos nosotros y nuestros lugares de trabajo? Si a mí me echaran del trabajo, ¿seguiría ofreciendo estrategias relevantes al cabo de un año? Bueno, no lo sé: una vez se me fue bastante de las manos.

En resumen, salvar nuestros bares no es solo mantenerlos abiertos: es preservar su esencia. Por eso, la mobilización en este aspecto ha sido brutal, tanto desde marcas como el Tenedor, que lanzó su iniciativa de bonos prepago, o el grupo Heineken que permite comprar una cerveza por adelantado, con sus adaptaciones locales.

Bebidas de Drink Haus inspiradas por restaurantes.
Bebidas de Drink Haus inspiradas por restaurantes y que están a la venta para apoyarlos económicamente.

Desde fuera del sector también hay quien se ha volcado en ello. Hay iniciativas de precompra surgidas desde la sociedad del estilo Adoptaunbar y otras que buscan la monetización por otras líneas: la marca Drink Haus que crea aperitivos inspirados en restaurantes o esta iniciativa australiana que ofrece libros inspirados en las cartas de los locales.

Libros de recetas para salvar restaurantes en Australia
Libros de recetas para salvar restaurantes en Australia, inciativa de Somekind Press

Sin embargo teniendo en cuenta que las pequeñas empresas y los autónomos serán los que recibirán un impacto más fuerte por su poca capacidad de acceder a crédito, todas estas iniciativas son apenas cuidados paliativos ante una muerte anunciada. Y esto, aún en mi recién estrenada fase 1, es algo que tiene en vilo a muchos consumidores.

¿Por qué nos sabe tan mal perdernos sitios que no son de utilidad manifiesta? Porque son centros de nuestras comunidades. Puntos de recepción de envíos, lugares en los que quedar. Nodos de una red social demasiado compleja para sustituirla por una app. Quizá no todo se mida por lo esencial. Porque lo esencial es invisible a los ojos (del ministerio).

Larga vida al imperio de las casualidades

Los restaurantes, los bares, la hotelería en general son nuestro segundo espacio público. Allá donde encontramos gente y allá donde discutimos lo que antes que trabajo, es pasión; donde surgen causas y donde guardamos aquellas esperanzas que no nos caben en casa. Obviamente están los centros cívicos, que no están en riesgo, pero la pérdida patrimonial y el drama personal de los pequeños propietarios de bares será mayor que el de un gestor público que de momento no tiene su plaza amenazada.

Que no se me malinterprete: limitar aforos de bares y restaurantes tiene todo el sentido sanitario del mundo y más cuando todo apunta a rebrotes en otoño (o antes). Incluso cerrarlos también: está demostrado que los sitios cerrados y sin una ventilación suficiente son los que provocan los grandes eventos de contagio (y que van más allá de bares: por lo visto lo más peligroso son ciertas iglesias y oficinas) . Quizá también lo tiene placar nuestras sonrisas con las mascarillas o aislarnos progresivamente del mundo, pero lo que no tiene sentido a largo plazo es eliminar esas casualidades que hacen que el maldito virus se propague. Porque en cada casualidad hay una consecuencia y no siempre es un contagio.

Me atrevería a decir que las consecuencias de cerrar locales de ocio son análogas a suprimir recreos (y clases presenciales), cosa que niños y adolescentes ya están viviendo con uno de los confinamientos de menores menos flexibles de Europa. Sin encuentros espontáneos, sin intercambios de gurpos, las casualidades están cortadas de raíz. Y si en los juegos infantiles prima la casualidad, en las relaciones de los adultos… también. No quiero dejar de comentar que buena parte de la innovación procede de casualidades y de lo que llaman conversaciones de cafetera o de fuente de agua.

Ahora somos una sociedad de servicios esenciales que quiere rehuir los encuentros por peligrosos. Pero a veces no hay nada más esencial que un encuentro trivial.

Servicios esenciales y servicios casuales

Ten la bondad de acompañarme en una pirueta metafórica. Para mí la esencialidad no reconocida de los bares se me antoja muy similar a la esencialidad no reconocida de las industrias creativas. Dos grupos que nos vamos a casa los primeros y dos grupos que no salvamos vidas pero con un rol clave en la sociedad: generar las casualidades, en distintos medios y con distintas formas, pero con patrón en común.

Sabiendo que tardaremos en volver a la oficina y en recuperarnos de este bache me sale preguntarme qué significa ser esencial, al fin y al cabo. Está claro que una persona que trabaje en la cadena de suministro de alimentos es personal esencial (por cierto, una infraestructura clave que nos ha seguido suministrando papel higiénico y levadura a pesar de que en hospitales y residencias había muertos a miles). ¿Pero un camarero o un cocinero no son esenciales? ¿Un ilustrador tampoco?

En la mente de muchos, los artistas no son esenciales, pero yo no lo veo tan claro. En Nueva York colaboran con las cajas de resistencia de los restaurantes con posters con recetas desde Familiy Recipes (a la izquierda, la receta de Cheesecake del Kiki’s) y en nuestro país, desde donarte.org apoyan a los profesionales esenciales de la salud. Obviamente las industrias creativas no son cuestión de vida o muerte (y eso le quita una presión enorme a nuestro trabajo) pero sí somos cuestión de vida (anodina) o vida (con propósito). Hay miles de cosas que importan en todo lo que hacemos. Precisamente por eso he elegido una imagen provocadora de lo último de Plastique Fantastique para ilustrar este artículo. Porque por lo pronto la creatividad es una forma de reflexionar sobre lo que estamos viviendo y catartizar lo que estamos sintiendo.

Obviamente el gobierno traza líneas y no puede atascarse en el barro de un debate capcioso, pero está claro que más allá de las Bullshit Jobs de David Graeber (esos trabajos inútiles que generan la conciencia de que lo son, que hacen del mundo un lugar peor y que, inexplicablemente, están bien pagados) tendemos a sacrificar aquello que más nos ayuda a comprender qué sucede: el trabajo crítico de un artista o el espacio de reflexión compartido que representa un bar.

¿Qué determinará la profundidad del cambio?

Una sociedad sin clases creativas es más pobre a todos los niveles, pero está claro que si un diseñador o un programador cultural no se ganan la vida, buscarán trabajo en otra parte. Y como ya apuntaba Finn Kydland con la habilidad del cocinero y las croquetas, cuanto más tardemos en volver a la normalidad más profundo será el impacto sobre nuestras habilidades profesionales y sobre nuestro valor añadido. Como personas y como sociedad. Si le tememos a esta línea temporal sin bares, sin personas que nos ayuden a entender qué sucede o a pensar sobre ello, la pregunta clave es saber cuánto durará la crisis de la COVID-19 para calcular su impacto.

Tres preguntas para saber lo que durará la crisis de la COVID-19

1- ¿Tendremos tratamiento, vacuna o inmunidad?

Si somos capaces de encontrar, desarrollar, producir y hacer llegar tratamientos o vacunas a una parte significativa de la población se acabará con el virus porque simplemente este no podrá saltar entre individuos y, si terminan infectados, su curación será más rápida. Es el escenario que todos deseamos.

Si aprendemos a tratar el virus de forma ágil y eficiente, rebajaremos la carga del sistema sanitario y a partir de ahí podremos empezar a reconstruir la economía de forma estable y sin baches. Cuanto antes tengamos tratamiento, antes saldremos de la crisis. Y consecuentemente, cuanto más se tarde en encontrar este tratamiento, mayores posibilidades hay que más empresas quiebren o más personas tengan que reinventarse.

¿Horizonte? Al principio de esta crisis el Imperial College vaticinaba 18 meses: Agosto o septiembre de 2021. Pero nada es seguro.

2- ¿Habrá rebrotes?

Este último cálculo incluye varias oleadas y confinamientos sucesivos hasta que logremos el control del virus. Los rebrotes darían al bajar la guardia o a partir de pequeñas mutaciones del virus (ver más abajo). Lo previeron los expertos y parece que en China ya se están dando. ¿Habrá más oleadas pues? La respuesta a esta pregunta es probablemente sí mientras no haya tratamiento, vacuna o no se desarrolle inmunidad, lo que al parecer no es muy plausible. Añadir que, lo que dicen los expertos en salud pública es que una segunda saturación del sistema sanitario sería catastrófica, con burnout, estrés y bajas de parte del personal sanitario. Los rebrotes añaden una capa de incertidumbre a la predicción del Imperial College: cuantos más haya más inócuos serán gracias a nuestra preparación como sociedad e inmunidad adquirida. Sin embargo los críticos serán los siguientes.

3- ¿Mutará el virus?

Cualquier ser vivo puede mutar. Un virus también, a pesar de ser un ente que pone a prueba la manía humana de clasificarlo todo y por su simplicidad genética, puede hacerlo con tremenda facilidad, con resultados impredecibles (para bien y para mal). La mayoría de mutaciones serian inocuas. Otras podrían resultar negativas para el virus, pero estas no se propagarían, por selección natural. Las que deben preocuparnos son las que tendrían capacidad de superar la inmunidad adquirida (ver más abajo) o las que podrían blindar el virus frente a tratamientos o medidas preventivas. El SARS-CoV-2 surgió por una mutación. Que se reinvente en una versión peor de sí mismo entra dentro de las posibilidades y por ahora es la gran incógnita.

La foto-finish de la crisis de la COVID-19

Todos estos factores determinarán la foto-finish de la pandemia y su crisis económica. Como factor a tener en cuenta, hay que seguir muy de cerca las transformaciones que pueden tener lugar a nivel micro (empresas pivotando su servicio como el tan citado caso de Nannify) o a nivel macro (cambios de modelo de negocio y reinvención de sectores, como los restaurantes que pasan a delivery y cuyo local ya no es un activo o una razón para visitarles). La conclusión es que si volvemos a Kydland y a us croquetas, quizá tras un impasse de más de un año, aún seria posible regresar a la anterior normalidad. Quizá tras más de dos años, sea simplemente imposible.

Además de estar pendientes de las transformaciones, es clave superar los espejismos sobre sectores que aguantan el tirón. Ante una crisis lo suficientemente larga, los que han aguantado el primer embate no están exentos de caer bajo los siguientes. Algunos incluso apuntan maneras. Por ejemplo, Spotify se mantiene estable y como empresa digital podria ser un winner en esta situación. En efecto: sus usuarios actuales han aumentado su consumo, pero sus memberships de pago no suben de manera proporcional al tiempo de uso ni al de nuevos usuarios gratuitos. Aunque los analistas defienden que lo online se manteniene, no hay que perder de vista la contracción de la demanda brutal que estamos sufirendo. La ilusión de Spofity es más que evidente si el aumento de usuarios de pago no va a la par con los gratuitos y si se tiene en cuenta que probablemente, la publicidad con la que monetizan sus usuarios gratuitos habrá bajado. Ante una crisis económica sostenida, lo que podría suceder es que no solo los usuarios de pago se estanquen sino que empiecen a cancelarse subscripciones ante los recortes de gastos que podrían ser imperativos en muchos hogares. De nuevo es algo que la duración de la crisis sanitaria nos terminará confirmando o desmintiendo.

La posibilidad de un cambio positivo

Nuestra economía es un sistema complejo, y como tal se nos hace muy difícil predecir el resultado a partir de movimientos aislados.

Sin embargo, una crisis sanitaria y económica, aunque se alarguen más de lo previsto no tienen por qué traernos solo malas noticias. La gran predicción en común de los analistas es que estaremos mucho más centrados en la salud y en el impacto de nuestras acciones en los demás, lo cual puede llevar a un cambio positivo. Que quizá cambiamos para bien, apostando por la bicicleta, por ejemplo.

También es posible que para lograr la sostenibilidad de esos no-esenciales se busquen formas de regularizar el consumo y generar estabilidad. Kickstarter ha recopilado una lista impresionante de ideas que pueden llevar a cabo locales y artistas en busca de financiación de crisis. Pero toda esta lista, por muy extensa y útil que sea, no deja de ser un parche a una situación de inestabilidad que la COVID-19 solo ha puesto en evidencia. Quizá, en otro ciclo económico, tendremos que apostar por más subscripciones de Patreon y por menos campañas de Kickstarter one shot, es decir, blindar el sector con la continuidad y menos con proyectos puntuales. Es algo que muchos han empezado a hacer, inlcuso en clave local, como Aixeta, que funciona para creadores en catalán.

Puede que en este nuevo ciclo, en el renacer de las industrias creativas, apostemos incluso por modelos innovadores de mecánica social de la donación como Cent (y todo un experimento de teoria de juegos y remuneración) que también premían el descubrimiento.

Sin embargo, el hecho de que políticamente se tomen medidas sin haber comprobado la eficacia de las anteriores, o la posible brecha entre los trabajos que pueden ser remotos y los que no, nos lleva a futuros menos optimistas. Toda desigualdad siempre es una mala señal y más en un caso de cambios rápidos y de altas exigencias.

De nuevo, esenciales o no, como les digo a mis alumnos del Máster en Psicocreatividad de la UAB, somos sujetos de creación de futuro. La desigualdad puede tener raíces en muchas de nuestras decisiones profesionales y personales y nuestros pasos terminan dándole forma a lo que vendrá. Y mira tú por donde, en las industrias creativas, en los clientes, en las agencias, en los retailers… ahí de repente hay un montón de no esenciales, de personas que con su comunidad y con su posición tienen la oportunidad de acelerar o decidir lo que sucede. Atentos a vuestros próximos briefs. Las casualidades están en juego.

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